Anahí y Alfonso llegaron al hotel de lujo, donde él se estaba quedando. Los niños estaban agotados, pero la preocupación no les quitaba las ganas de moverse, así que los llevaron directamente a la habitación que Alfonso había preparado: un espacio cálido y lleno de juegos, con una decoración infantil que intentaba disimular el dolor que flotaba en el ambiente.
Anahí y Alfonso se sentaron en unas sillas cerca de la ventana. Afuera, la ciudad brillaba indiferente, como si el mundo no se hubiera detenido para ellos.
Los niños reían suavemente, intentando distraerse, pero Anahí apenas podía oírlos.
Sus pensamientos estaban en otro lugar… en otra habitación, donde un niño tan pequeño enfrentaba algo que ningún niño debería enfrentar.
—¿Cómo pudo pasar esto? —murmuró, con la voz quebrada.
Alfonso tomó su mano, tembloroso.
—Es un niño fuerte… va a salir de esta, Anahí.
Ella retiró su mano con suavidad, pero con una firmeza que dolía más que un grito.
—No quiero sentir que me toques… no ahora