Amaya Bezos
Nunca había sido tan feliz, los días junto a Roy eran lo mejor de mi vida de adulta. El amor me sabía a chocolate y a fresas, a Champagne de madrugada y a locuras en la cama. Sentía lo mismo que cuando mis padres me llevaban a Disneylandia siendo una niña. Nunca nadie me había tratado así.
Amada, respetada, querida... venerada con sus manos, adorada por su cuerpo.
Todo lo que me hacía sentir no se comparaba a nada hubiera experimentado jamás.
Lo vi tenso, pero a mi lado cuando lo hice entrar a casa, tirándolo de la mano para presentarle a mi familia. Mi madre aceptó lo nuestro sin hacer reparos de ninguna índole, en casa todos lo acogieron respetándolo, lo incluían. Era como un súper héroe con capa que venía a acabar la terrible sequía de afecto en que se había convertido mi vida. Mi padre era el más feliz, y lo expresaba abiertamente cada vez que nos veía juntos.
Mi abuela se declaró su fans número uno, su admiración sólo fue en aumento cuando lo escuchó cantar.
Cua