Aurora se había quedado dormida, dormida de verdad.
Cuando los brazos de Franco se enredaron en su cuerpo para tranquilizarla un poco, todo se volvió una oscuridad cómoda, y ahí durmió, sin sueños y sin pesadillas hasta que llegó la mañana y despertó entre las sábanas rojizas de la cama del mafioso.
Miró su celular, eran las once de la mañana y cayó sentada en la cama.
Nunca se había levantado tan tarde, aunque era claro que se había acostado igual de tarde.
Su celular tenía un millón de notificaciones y lo primero que hizo fue llamar a su jefe por la aplicación de mensajería instantánea.
— ¿Dónde diablos están metidos? — le gruñó — debieron llegar ayer…
— Lo sé, pero hubo unas complicaciones con el pasaporte de Carlos, nos tomará un poco resolverlo, pero la aerolínea costeará el pasaje de regreso y los hoteles — el hombre pareció más calmado al saber que él no tendría que pagar un peso más y Aurora se sintió mal, nunca había sido una mentirosa.
— ¿Qué pasó? ¿Cómo está el muchacho? —