Elena y Mariah aparecieron fuera de la cueva; el cielo estaba nublado y se oían gritos de guerra a su alrededor. Había cuerpos por todas partes, y la sangre teñía el suelo de rojo. Ni Mariah ni Elena podían creer lo que veían. Elena lloró al ver cómo los dragones caían ante los ataques de los dioses. Sin nadie que los combatiera, los dioses descargaban su ira contra cualquier dragón que veían, ya fueran mujeres o niños. Todos corrían, intentando ponerse a salvo. A Mariah se le llenaron los ojos de lágrimas ante la masacre que presenciaba, los lamentos de Elena le conmovían el corazón, pero no podía hacer nada.
Ramiel estaba en una masacre arrasadora; con sus truenos, abatió a todos los dragones, y los guerreros angelicales mataban a todo lo que se movía. Ramiel estaba, obviamente, en estado de divinidad; una tormenta interminable lo rodeaba, y los relámpagos centelleaban a su alrededor. Justo entonces, sus ojos blancos se posaron en Mariah, y ella sintió que el corazón le daba un vuel