Mariah, a lomos de Alaric, observaba Groenlandia. Había una gran cascada con agua blanca como la nieve. El fuerte canto de los pájaros la conectaba con la tierra, y pensar que iba a pasar cuatro meses allí sola ya no le daba tanto miedo. Los animales del bosque le harían compañía.
Con un fuerte chillido, Alaric voló directamente hacia la cascada, y aunque Mariah temía que se estrellaran, confiaba en que Alaric sabía lo que hacía. Se estremeció al ver el agua caer sobre ellos. Habían atravesado el agua para entrar en una cueva gigantesca. Alaric aterrizó y le ofreció su ala a Mariah para que descendiera. La bajó con cuidado, y ella descendió. Su mano estaba bajo su prominente vientre mientras observaba su entorno. Había agua brillante en medio de la cueva, y alrededor del agua había cáscaras rotas. Algunas aún conservaban la forma de un huevo, solo faltaban las partes superiores, y otras estaban completamente hechas añicos. Mariah se sintió conectada con el agua de tantas maneras que n