87.
AURORA
Kayne se tensó al verlos; su mirada buscó la mía a pesar de que yo solo podía ver lo que ahora eran esos hombres.
El primero apenas se reconocía; su piel estaba tan lacerada que todo lo que podía ver era la sangre seca, capa tras capa.
Sus vestiduras rotas manchaban el suelo de sangre fresca de alguna herida que no se veía. Lo dejan a mitad de la sala, escuchando el quejido de dolor que apenas sale de sus labios.
—¡¿Quién demonios dio autorización para que entraran?!— rugió Kayne con molestia, dándose la vuelta y viniendo hacia mí.
—Amor…
—¿Esto… lo hiciste tú?— busqué sus ojos; un brillo de miedo se veía en ellos mientras buscaba las palabras.
—Ellos te lastimaron, Aurora; el más ensangrentado fue quien mandó a envenenarte después de que fuiste…
No continuó, no podía. Pude ver la tormenta en sus ojos: el dolor, el miedo, la ansiedad. Sus puños se apretaban cada vez más, como si quisiera reprimirse para sacarme de ahí.
—Por favor, no huyas de mí. Sé lo que soy, sé que