78.
AURORA
El día había comenzado más movido de lo que pensaba, al menos para Lessan.
Su turno en la mañana fue a primera hora para entrenar, mucho antes de que el sol se asomara.
Mientras preparo café para más de treinta hombres, puedo escuchar los gritos de quién los entrena y sus típicos "¡mueve ese culo, maldito cachorro!"
Termino todo y salgo con la bandeja llena de pequeñas tazas que tintinean, tratando de mantener el equilibrio.
El pie me duele horrible; todo lo que hice fue envolver una venda que conseguí entre los cajones de Lessan a la hora de robar algo de su ropa.
Llego al campo de entrenamiento con una vista que te deja casi sin aire.
Todos los hombres, prácticamente sin ropa, corren alrededor con el sudor perlando sus cuerpos esculturales.
Algunos pasan dándome una sonrisa coqueta; otros casi babean con el café humeante, pero nada aterra más que la cara del entrenador.
Esa cicatriz que cruza su cara le da un aspecto más grotesco y cruel.
—Tú, cachorra, mueve ese cu