Capítulo 4
Me quedé de pie en la entrada, con la mirada fija en el abrigo de Sofía colgado del pasamanos de la escalera.

Justo donde a Gael le encantaba deslizarse.

Se escucharon pasos en el piso de arriba.

Adrián descendió con elegancia, seguido de una Sofía despeinada.

Cuando me vieron, los ojos de Adrián se entrecerraron levemente.

—Elena, volviste. —Dijo mientras su mirada recorría mi cuerpo. —Tu aroma… es diferente.

Me examinó, y en su mirada apareció un destello de confusión antes de volver a congelarse.

Enderezó los puños de su camisa con calma.

—No importa. Hay algo que necesito decirte.

Apreté más fuerte el bulto entre mis brazos.

—Mañana a las dos de la tarde será mi ceremonia oficial de apareamiento con Sofía. —Anunció Adrián con tranquilidad. —Los Ancianos de la manada la presidirán.

—¿Ceremonia de apareamiento? —Mi voz salió áspera.

—Así es. —Dijo Sofía, entrelazando su brazo con el de Adrián, el rostro resplandeciente de triunfo. —Seremos unidos formalmente ante el altar de la Diosa de la Luna. Estás invitada, claro… Aunque...

Sus ojos se posaron con desdén sobre el bulto que llevaba en brazos.

—¿Y eso qué es? ¿Ahora traes esa porquería a mi casa?

Coloqué con cuidado el bulto sobre la mesa de centro.

—Gael está muerto. —Mi voz era baja, pero resonó como un trueno en la sala silenciosa.

Adrián detuvo por un segundo su gesto de acomodarse las mangas, luego continuó como si nada.

—Elena, tu actuación es cada vez más patética.

—¿Actuación? —No lo podía creer. —¡Mi hijo está muerto!

—Basta. —Dijo Adrián con la mirada helada. —¿Todavía sigues con esa mentira? ¿Cómo un niño con mi sangre no tendría habilidades regenerativas?

—¡Está muerto de verdad! —Grité. —¡Traumatismo craneal! ¡Se desangró!

—¿Entonces por qué estás aquí? —Se burló Sofía. —Si realmente estuviera muerto, ¿no deberías estar ocupada enterrándolo?

Tenía razón.

Si un niño realmente moría, ¿qué madre volvía a casa tan pronto?

—Elena. —Adrián negó con la cabeza. —No puedo creer tu terquedad. Te has convertido en una mentirosa compulsiva.

—¡No es mentira! —Me lancé hacia el bulto, dispuesta a mostrarles la verdad.

Pero Adrián me agarró la muñeca.

—Elena, termina con esta farsa. —Su agarre era de hierro. —No cambiaré de opinión por tus amenazas.

—Sofía será mi única Luna. —Cada palabra era una daga clavándose en mi pecho. —Prepara tus cosas. Debes estar fuera de aquí mañana.

—¡Esta es nuestra casa!

—No, es propiedad de la Manada Monteverde. —Me corrigió Adrián. —Tú solo fuiste una residente temporal.

Sofía sonrió con burla.

—Elena, no seas vulgar. Disfrutaste de una vida que no te pertenecía durante ocho años. Deberías estar agradecida.

—¡Yo lo di todo por esta familia!

—¿Diste? —Adrián bufó. —¿Qué diste? Gastaste mi dinero, viviste en mi casa y usaste mi estatus para presumir.

—¡Reprimí lo que soy por ti!

—Esa fue tu decisión.

Miré a este hombre, al que había amado durante ocho años.

La forma en que me miraba ahora… como si fuera una extraña desquiciada.

—Te dije que Gael está muerto. —Intenté una vez más.

—Elena. —Su voz se tornó peligrosa. —Si repites esa vil mentira una vez más, no me responsabilizo de lo que pase.

—¿Calumniar?

—Inventar la muerte de tu hijo para ganar simpatía… ¿cómo más se llama eso? —Sofía se levantó. —Adrián, no pierdas más tiempo con esta mujer.

Miré el bulto sobre la mesa, que parecía irradiar una quietud helada.

Nadie me creía.

Ni siquiera la muerte de mi hijo era más que una actuación para ellos.

En la nuca, la marca falsa, desgastada por el poder puro de mi sangre Real liberada, comenzó a desprenderse como piel muerta, revelando la piel limpia debajo.

—Me iré. —Dije, levantándome con dificultad. —Pero se van a arrepentir.

—¿Arrepentirnos de qué? —Se rió Sofía. —¿De librarnos de una carga como tú?

Me dirigí a la puerta.

—Ya verán.

Punto de vista de Adrián

La tarde siguiente.

La ceremonia de apareamiento de la Manada Monteverde se celebraba en el antiguo altar de la Diosa de la Luna.

La voz del Anciano retumbaba, recitando los votos sagrados mientras cada miembro de la manada observaba el momento solemne.

La estatua de la Diosa de la Luna parecía imponente bajo la luz de las velas.

—Adrián Monteverde, ¿aceptas libremente a Sofía como tu compañera…?

La ceremonia avanzaba sin contratiempos.

Pero Adrián no lograba deshacerse de una extraña inquietud.

El comportamiento de Elena el día anterior…

Había pensado que simplemente estaba teniendo problemas para aceptar su relación con Sofía, y que buscaba llamar su atención.

Pero hoy no se la había visto en absoluto.

Había planeado esperar a que terminara todo, a tener el poder completo como Alfa, para ir a explicarle todo a Elena.

La marca era falsa, pero su amor por ella, se decía a sí mismo, había sido real.

Una oleada de pánico lo invadió de repente.

—¿Dónde está Tomás?

Recordó que le había dicho a Tomás que ayudara a Elena la noche anterior, pero no había recibido respuesta.

El vínculo mental no conectaba.

Le envió un mensaje de texto:

Ve a ver cómo están Elena y Gael.

La ceremonia continuaba.

—Y ahora, la pareja intercambiará sus votos…

Justo entonces, Tomás irrumpió en el recinto ceremonial.

Estaba pálido, con el rostro cubierto de sudor.

—¡Alfa! —Gritó, corriendo hacia Adrián, con la voz temblorosa. —¡Pasó algo!

Todos se quedaron en silencio, expectantes.

—¡Gael… Gael está realmente muerto! —Su voz fue casi un grito. —¡Lo acabo de confirmar con el hospital!

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