El ascensor llegó al último piso con un zumbido suave, pero el corazón de Isabella retumbaba con una fuerza que nada tenía de mecánica. Apretó la carpeta contra su pecho y respiró hondo antes de que las puertas se abrieran. El pasillo, elegante y silencioso, parecía más largo de lo habitual. Era su segundo día formal como asistente en el equipo ejecutivo, y ya sentía que su presencia ahí era una provocación para alguien.
Apenas había dormido. La rabia la mantuvo despierta, dándole vueltas a cada detalle de la noche anterior. Cada silencio, cada mirada esquiva, cada ausencia. No había sido solo el desplante en la mansión; había sido la confirmación de algo más hondo: la idea de que, para algunos hombres, las mujeres eran reemplazables, silenciosas, prescindibles. Pero ella no lo era. Ya no. No después de todo lo que había enfrentado sola.
Sus pasos firmes resonaron en el suelo pulido mientras se acercaba al despacho de Marcos D’Alessio. No le importaba que fuera el CEO. No le importaba