El evento había terminado, pero la noche aún no cedía del todo. Las luces del salón se atenuaban poco a poco mientras los meseros comenzaban a recoger las copas vacías y las flores marchitas de las mesas. Isabella, lejos de descansar, seguía con paso firme, organizando documentos, tomando nota mental de cada rostro, cada comentario, cada interacción. Sabía que debía entregarle a Marcos D’Alessio un informe detallado al día siguiente. Y no iba a permitirle —ni a él ni a nadie— que la llamaran incompetente otra vez.
Lo observaba desde lejos, como quien analiza a un depredador. El CEO hablaba con un inversionista europeo de rostro severo, moviendo apenas los labios, pero dominando la conversación con una mezcla de elegancia y desdén. Isabella notaba hasta el ritmo con el que asentía, el modo en que tomaba la copa con la mano izquierda mientras con la derecha jugueteaba con el botón de su saco. Estaba en todo.
Y sin embargo, su presencia no parecía inalcanzable. No para ella.
Anotó mental