Zander caminaba por los pasillos de aquel edificio de mala muerte donde Selene poseía su apartamento. Jamás le había agradado aquel lugar; le parecía indigno de ella.
Por esa misma razón, desde que supo que ella vivía allí, había enviado hombres para custodiarla en las sombras.
Selene merecía lo mejor, siempre lo había pensado; ella era una reina y como tal debía vivir.
Era por esa razón que Zander buscaba todas las maneras posibles de cuidarla, incluso cuando ella no lo sabía.
Al salir a la calle, observó el automóvil rosa que lo esperaba justo enfrente.
Un gesto de asco absoluto surgió en su rostro, mientras la mujer que se asomaba por la ventana mostraba una gran sonrisa, como si ver la expresión de náusea de Zander le inyectara vida.
―Hola, mi amor… ―Zander hizo una mueca de fastidio. Ariadne Mancini abrió la puerta del ruidoso vehículo y lo invitó a entrar―. ¿Qué esperas, tonto? Tú fuiste quien me pidió que viniera por ti.
Zander se arrepintió al instante de haberla llamado.
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