La jugada oculta (2da. Parte)
Al día siguiente
New York
Gabriel
Dicen que las mujeres despechadas son peor que un hombre armado: puedes esquivar la bala, pero no podrás evitar su venganza. Y eso las convierte en peligrosas.
Chantal encajaba a la perfección en ese papel: dolida, resentida, humillada, abandonada… y lo más inquietante era que ya no quedaba nada de la mujer que conocí alguna vez. ¿Culpa mía? Sí, por dejarla plantada en el altar. Y, aun así, en el fondo esperaba que conservara lo suficiente de aquel pasado para no entregarme en bandeja a la bruja de Victoria.
Estaba allí, en la sala de juntas, en silencio, evaluándola, esperando una grieta, una mirada, un temblor que me confirmara que todavía le importaba. Nada. Solo odio puro en sus ojos dorados.
Finalmente, mi voz rasgó el aire.
—Chantal, no harás nada contra mí —dije con calma calculada—, porque no te interesa darle un gramo de poder a Victoria. Porque no sabes si miento. Porque ahora mismo te preguntas: ¿será verdad que Gabriel es hijo de Edward?
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