Heridas y pactos (2da. Parte)
El mismo día
New York
Victoria
A nadie le gusta lidiar con el desastre. Prefieren los aplausos, las sonrisas corteses, incluso las charlas aduladoras. Elizabeth no era la excepción: nunca soportó tener que arreglar lo roto, ni tenía el don de la paciencia.
¿Por qué, entonces, debía soportar insultos, malas caras o lidiar con despidos si otro podía hacer el trabajo sucio? A eso apelaba para que me obedeciera: a que viera las ventajas de mi orden.
Y ahí estaba Elizabeth frente a mí, en silencio, con esa pose tensa y una mirada confusa. Finalmente, su voz rasgó el ambiente.
—No me parece correcto enviar a Claire a Washington —dijo con firmeza—. No tiene la experiencia para ese cargo, ni sabrá cómo manejar los despidos masivos.
Me recosté en el sillón, enlazando las manos sobre el escritorio.
—Elizabeth, aquí no se trata de lo correcto o lo incorrecto —respondí con calma—, sino de soluciones prácticas y rápidas para mantenernos a flote.
Ella soltó una risa seca, incrédula. Dio un paso hac