El precio del silencio (3era. Parte)
El mismo día
New York
Alexander
Supongo que todos necesitamos ver para creer en algo. Tal vez por eso resultaba tan difícil aceptar la muerte de mi padre: nunca encontramos su cuerpo, ninguna prueba real, nada que confirmara su deceso. Solo un hueco en la historia. Al contrario, había un sinnúmero de dudas: el poco interés de mi madre en esclarecer el misterio, su frialdad calculada, y aquel anuncio de comprar las deudas de Henry Beaumont.
Nada tenía sentido. Pero el detonante fueron los últimos hallazgos de Nicholas: las cuentas vacías en Suiza y esa llamada a Henry. Entonces la idea volvía a tomar fuerza—un complot, un asesinato o la posibilidad absurda pero latente de que siguiera con vida.
Y ahí estaba, sentado en el auto, lleno de preguntas que parecían tragarse el aire. Nicholas conducía con el ceño fruncido, intentando unir las piezas en silencio. Por un momento no dije nada, pero no tardé en dejar que mi voz llenara el ambiente.
—Nicholas… si papá estuviera vivo, ya habría apa