—¡Buenos días! ¿Puedo pasar? —preguntó Alan.
—Sí. —Sonrió por la actitud del hombre—. ¿Qué sucede?
—Venía a ver si estabas bien. —Ingresó a la habitación—. Anoche te pedí que me esperaras, pero supongo que estabas cansada. —Se encogió de hombros.
—Sí, algo. —Se corrigió—. A decir verdad, ya no quiero estar a solas contigo. —Bajó apenada la mirada.
—¿Por qué? —preguntó confundido.
—Porque… porque… —titubeó la chica—. ¿Por qué golpeaste la puerta?