34. Las cartas sobre la mesa.
Entré al apartamento de Olympia casi arrastrando los pies aquella noche. Ya no tenía el aguante de antes, me dije irónico pensando en los bailes y chupitos continuos que me habían dejado exhausto. Ya ni recordaba cuantas noches había pasado en vela, ocupado en otras diversiones más atractivas que el mismo sueño; tareas de rescate e incluso en mi nueva faceta de acosador exclusivo de Olympia. Sin embargo, no podía evitar pensar, que terminaría pagando las consecuencias de alguna manera a largo plazo.
Mi bella corrió hasta su baño con un paso acelerado y con cara de consecuencia, seguramente impulsada por la imparable ronda de bebidas que nos había acompañado esa velada. ¡Ja! Reí en consecuencia, encontrando lógica a otra de sus manías alejada de los atestados baños públicos.
La esperé entonces en su cama, el lugar más accesible y cómodo a mi disposición ¡oh! ronroneé de puro alivio, apoyando mi cabeza abrumada de sonidos retumbantes, quedando este suspendido en un llano y sordo pi