María sintió sus mejillas ponerse un poco rojas, como una flor de durazno en plena floración, encantadora y radiante. Frente al hombre que le gustaba, su mente empezó a imaginar cosas prohibidas.
Tragó saliva.
Extendió la mano y acarició el pecho de Alejandro...
Alejandro dio un paso atrás, mirándola con asombro.
La mano de María quedó suspendida en el aire, un tanto avergonzada, su rostro se enrojeció aún más.
—Lo siento… —murmuró mientras bajaba la mano.
Alejandro bajó la mirada y observó su cara sonrojada. Pensó en cómo ella había estado cuidándolo toda la noche, cómo se había levantado temprano para cocinarle algo. Una joven de buena familia, acostumbrada al lujo, ahora en su cocina preparando sopa para él. Mientras que Luciana sólo sabía el teléfono y tratarlo con indiferencia...
Frente a una mujer que se entregaba por completo, Alejandro no pudo evitar conmoverse.
—No tienes nada que lamentar —dijo con un tono suave.
María alzó la mirada, sorprendida.
Alejandro acarició su cabeza