Andrés se quedó viendo las pastillas que ese rubio le ofrecía. Dudaba, pero la imagen de Luciana en brazos de Sebastián le apretó el pecho. Decidido, dijo:
—Las quiero. Pero, ¿sí hacen efecto?
El rubio sonrió, confiado.
—Se nota que no vienes seguido. Son buenas. Si no te hacen efecto, te devuelvo el dinero. Y si no me crees, llamo a alguien para que se tome unas aquí mismo.
Andrés lo miró un momento, respiró hondo y asintió.
—Está bien. Te creo.
El rubio le dio una palmada.
—Hermano, yo soy un hombre honesto. Esto es mi negocio, no voy a dañar mi buen nombre por plata.
Le entregó las pastillas.
—Con una tienes. Es potente. Toma dos si estás seguro. Más de eso... te puede matar.
Andrés las guardó en el bolsillo. Sabía que esto era ilegal.
Todo era en efectivo. Sacó dos fajos de billetes y se los dio.
El otro los revisó por arriba, y sonrió.
—Si necesitas más, tengo de todo. Para relajarte, para activarte...
—Tranquilo, ya compré lo que quería —dijo Andrés sin mirarlo.
Salió por la puer