Sebastián bajó un poco la vista, queriendo ocultar lo que sentía.
—Pues, lo importante es que estás bien. Entonces, creo que me voy.
Agarró su abrigo y caminó hacia la puerta.
—Espere... abogado Campos —dijo Luciana para detenerlo.
Él se quedó quieto, pero no se volteó. Evitaba mirarla.
—Usted me cuidó toda la noche. Seguro tiene hambre. Voy a hacer algo de desayuno, coma algo antes de irse.
Él quería quedarse.
Pero si se quedaba, la tentación sería demasiada. Tenía miedo de pasarse.
—No hace falta. Come bien para que tengas fuerzas.
Abrió la puerta y se fue. Afuera hacía más frío que adentro.
Pero ni ese fresco le calmaba el calor que traía por dentro.
Vivía cerca, así que no tardó en llegar a su casa. Apenas entró, se quitó la ropa y fue directo a bañarse.
Abrió la regadera.
El agua caía constante.
Entró y echó la cabeza hacia atrás. El agua tibia bajaba por su cara, por su cuello, y empapaba su cuerpo.
Alto, de hombros anchos y cintura firme.
Se agachó un poco y apoyó las manos en l