La mañana del encuentro con Max llegó demasiado rápido, y Sofía sentía que su corazón latía con una intensidad que no podía controlar. No importaba cuánto intentara calmarse, la ansiedad la devoraba desde el momento en que abrió los ojos. Se miró al espejo, con el rostro perfectamente maquillado, el cabello recogido con elegancia, su mejor traje. Todo en ella proyectaba control, poder y frialdad. Pero por dentro, estaba hecha un torbellino.
Cada paso que daba hacia aquel encuentro la transportaba a un pasado que había jurado enterrar. Los recuerdos de su adolescencia, las risas, las promesas rotas, los besos que alguna vez creyeron eternos… todo volvía a su mente, con una fuerza que la desarmaba.
El lugar elegido por Max era uno de los restaurantes más exclusivos de la ciudad. Luces suaves, paredes cubiertas de arte moderno y mesas elegantes con copas brillantes. Una atmósfera perfecta para conversaciones delicadas, o quizá, para heridas que aún no habían cerrado. Sofía llegó puntu