Elena mostraba ira en su rostro mientras intentaba llamar a Clara.
El teléfono sonó y sonó, pero nadie contestó. Finalmente, cayó en el buzón de voz.
—¡Maldita sea, maldita sea! —gritó Elena, perdiendo el control en medio de la acera.
Siempre había visto a Clara como una cobarde que podía aplastar con facilidad. Nunca imaginó que esa zorra lo estropearía todo en el momento más crítico.
¿Qué iba a hacer? Si no conseguía el dinero... Toda la evidencia de sus crímenes se expondría y para entonces, sería demasiado tarde.
La perfecta fachada que había pasado años construyendo ante el padre, el hermano de Clara y Jorge se derrumbaría.
Después de obligarse a ella misma a calmarse, llamó un taxi hacia el hospital.
Tenía que presentarse para su supuesto último ciclo de quimioterapia.
Poco después, el padre y el hermano de Clara, Elio, entraron en la habitación del hospital.
Elena, fingiendo que nada estaba mal, los saludó con una sonrisa.
—Papá, Elio, han llegado.
—Elena, ¿por qué estás fuera d