El padre de Clara estaba sentado encorvado en el sofá de cuero, con los ojos mirando fijos al vacío.
Su hijo, Elio, tuvo que decir su nombre varias veces para traerlo de vuelta a la realidad.
—¿En qué estás pensando? —La voz de Elio estaba cargada de cansancio.
Su padre se sobresaltó.
—¿Haz podido contactar a Clara?
Elio negó con la cabeza.
—Todavía está apagado. Han pasado cuatro días.
—Ella no es así.
Los dedos de su padre golpearon inquietos el brazo del sofá.
El día que Clara firmó los papeles de traspaso y organizó la habitación de Olivia, simplemente había desaparecido. Sin despedirse y sin dar una explicación. Simplemente se había ido.
La antigua Clara nunca habría hecho eso. Podría enfadarse, ignorarlos, pero nunca desaparecería por completo.
A menos que... algo le hubiera pasado.
Su padre se enderezó.
—¿Cuánto tiempo ha estado Clara fuera exactamente?
Elio se pasó las manos por las sienes.
—Cuatro días. Cuatro días enteros.
El miedo se apoderó de su padre e hizo que su corazón