Tres días después
Úglich, cerca de Moscú
Katya
Alguien dijo alguna vez que tropezar dos veces con la misma piedra es estupidez. Yo diría que es debilidad. O peor… esperanza malgastada. La primera vez puedes engañarte, puedes llamarlo ingenuidad, puedes culpar al amor, a la falta de experiencia, al hambre de creer en algo bonito… aunque venga roto. Pero la segunda vez… la segunda vez ya sabes a qué sabe el veneno, y aun así lo bebes. Y entonces, ya no hay nadie más a quien culpar. Eres tú y solo tú.
No importa cuántas excusas inventes, no digas que "todos merecen una segunda oportunidad", porque eso es una mentira envuelta en papel de regalo. Nadie cambia por otro. Nadie. Y si lo hacen, no lo hacen por ti. Lo hacen por ellos mismos y muchas veces, ni siquiera eso.
Entonces, ¿para qué quedarte? ¿Para qué abrir de nuevo la herida con la misma mano que la provocó? Lo mejor es cortar. Sin rodeos. Sin discursos. A veces la salvación se parece demasiado a la frialdad. A la distancia. A esa c