A la mañana siguiente, justo a la hora anunciada, Tiberius tocaba a la puerta del apartamento de Raffaella, ella abrió enseguida, dando a entender que esperaba por él, lo cual le hizo emitir una ligera sonrisa, antes de saludarla.
–Buenos días Raffaella, ¿tuviste una buena noche?
–Buenos días señor Wellington, sí, dormí muy bien, gracias –respondió mientras salía, cerraba la puerta y su aroma floral invadía las fosas nasales de Tiberius, quien aspiró y cerró los ojos un segundo intentando guardar su olor en su memoria.
Caminaron en silencio y al salir del edificio ya un chofer los esperaba con la puerta trasera abierta, ambos abordaron e iniciaron el trayecto hasta el edificio Wellington.
–Está será tu oficina, justo frente a la mía porque estaremos trabajando juntos constantemente –señaló Tiberius.
–Está bien –dijo sin demostrar los nervios que le producían su afirmación.
–La señorita Irene es nuestra secretaria, cualquier c