Tiberius trató de aproximarse a la habitación, pero fue bloqueado por una enfermera, se quedó de pie tratando de adivinar qué sucedía con Ignacio, al mismo tiempo desechaba todas las terribles imágenes que venían a su mente y que, por el momento, ninguna era alentadora.
Miró a su alrededor y se encontró totalmente solo, cada persona que estaba allí tenía un pendiente, un propósito, otro paciente por el cual preguntar; él no sabía bien qué hacer, entonces lamentó ser el único presente y preocupado por un hombre sumamente exitoso, absurdamente rico, pero que en ese preciso instante dependía de extraños y aparatos para vivir.
El inconmovible Tiberius Wellington, caminó hasta un lugar apartado, cerró los ojos y dijo mentalmente:
“Espero que salgas de esto Ignacio, sí es así, te prometo que no intervendré en la decisión de Evana si quiere darte otra oportunidad, la apoyaré, solo te pediría cuidar a mis sobrinos y a mi hermana, pon de tu parte por ellos, vive.”
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En Roma Raffaella acababa