Manuel observó la escena desde una distancia corta, sintiendo que la rabia se apoderaba de él.
Martín subió a su coche con esa mujer, Fely, y sus guardias, y se marcharon.
La impotencia y el dolor lo consumían, pero no podía permitirse el lujo de esperar.
Hizo una señal a sus hombres, que estaban encubiertos en el lugar, y ellos entraron rápidamente, ejecutando a los dos hombres que estaban a cargo del secuestro.
Manuel corrió hacia el interior de la bodega, su corazón latiendo con fuerza.
Al llegar, vio al pequeño Hernando, con los ojos vendados, temblando de miedo.
El niño no había visto nada de lo que había sucedido, pero su fragilidad era desgarradora.
Manuel desató al pequeño, y al cargarlo en sus brazos, sintió cómo el frío del lugar se mezclaba con el terror que emanaba de su hijo.
Verlo tan vulnerable partió el corazón de Manuel en mil pedazos.
—Shhh, todo va a estar bien, mi amor —susurró, tratando de infundirle un poco de calma mientras lo llevaba lejos de aquel lugar oscuro