Sospechas

Sebastián apenas había terminado de escuchar la última palabra de Yona, cuando con un movimiento rápido casi desesperado estiró la mano y le quitó el collar. Ni siquiera la miró; se dio la vuelta de inmediato, guardando el objeto contra su pecho como si temiera que ella pudiera tocarlo otra vez.

—No te preocupes por los gastos. Yo me encargaré —dijo con una voz seca, dura, casi irreconocible.

Yona abrió la boca, pero nada salió. Se quedó inmóvil por unos segundos, sorprendida y un poco herida por la brusquedad.

Sin voltear a verla, él añadió:

—Te agradezco que hayas venido. Cualquier otra persona simplemente lo hubiera tirado. Pero por favor… —respiró hondo, como si necesitara mantener el control— ¿te importaría dejarme solo? Aún tengo cosas que terminar.

Yona tragó saliva.

—Está bien… entiendo —respondió con un hilo de voz. Titubeó un instante antes de añadir—. ¿De… detendrás la búsqueda?

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