Mundo ficciónIniciar sesiónSacada sin recibir explicación alguna, Cristina no podía creer lo que estaba sucediendo. Hacía tan solo unos minutos estaba firmando los documentos que permitirían a Valentina ser admitida en la fundación, y ahora se encontraba dentro de una camioneta, rodeada por los hombres de su esposo. Cada movimiento de ellos era firme, calculado, como si obedecieran una orden incuestionable.
—No puedo creerlo… —murmuró, negando con la cabeza y mirando por la ventana, donde las calles pasaban borrosas—. ¿Cómo pudieron hacer algo así? ¡Interrumpir en una oficina y sacarme prácticamente por la fuerza!El líder del grupo, un hombre corpulento de rostro severo, la observó a través del espejo retrovisor.—Entendemos su enojo, señora, pero eran órdenes de nuestro jefe. El señor Meyer fue muy claro cuando nos dijo que la encontráramos, cueste lo que cueste, y la lleváramos de regreso.—¿De regreso? —repitió Cristina, alzando la voz—. ¿Ni siquiera puedo salir en mis días






