Tres horas después.
El avión aterrizó despacio. Salí de la cabina y respiré el aire de casa, tan familiar que dolía. Saqué el celular y lo encendí. Apenas prendió, aparecieron decenas de llamadas perdidas: todas de Soren. Las miré sin expresión y fui a borrar su contacto… entonces noté que la imagen de portada de su perfil ya no era mi foto, sino una selfie con Thea. Estaban abrazados, sonriendo dulce.
Me dio una punzada en el pecho, y, aun así, sentí alivio. Nosotros también habíamos sido así alguna vez. Pero eso ya había pasado. Tomé aire, presioné la opción de eliminar y borré todo lo suyo: chats, fotos, llamadas, el rastro completo.
Al salir del aeropuerto vi a mis papás esperándome con flores, la cara desbordada de alegría.
—¡Bebé, por fin vuelves! —mamá me envolvió en un abrazo.
Se me formó nudo la garganta.
—Mamá, te extraño mucho.
Papá llegó a nuestro lado y me dio una palmada suave en el hombro. —Ya estás aquí, eso es lo que vale.
Nos quedamos abrazados, como si quisiéramos vaciar tres años enteros de añoranza. En ese momento, el celular sonó. Un número desconocido parpadeó en la pantalla. Fruncí el ceño, dudé y contesté.
—Lyra, por fin contestas. —Era la voz, cercana y ajena a la vez, de Soren—. ¿Por qué no me respondes? ¿Sabes lo preocupado que estoy?
Solté una sonrisa sin humor y le devolví la pregunta:
—Soren, ¿y la sorpresa que me debes? ¿Cuándo la cumples?
Se quedó mudo unos segundos, y al final balbuceó:
—Últimamente Thea está enferma. La cuido. No tuve tiempo de… la sorpresa.
Entonces se coló una voz suave, cuidadosamente frágil:
—Soren, no culpes a Lyra. Si ustedes están bien, lo mío no importa…
Era Thea. Hablaba bajito, con una pena medida.
Soren se tensó.
—Thea, no hables. Descansa. —Volvió al auricular, más duro—: ¿Escuchaste, Lyra? Thea hasta te defiende. No montes un drama.
Me dio risa de lo absurdo. Alguna vez Soren se ponía así de nervioso por mí; ahora toda su atención le pertenecía a otra.
—Soren, lo nuestro ya terminó. Desde ahora, no me busques —dije sin subir la voz.
Colgué. Apagué el celular, saqué la tarjeta SIM y la partí en dos, sin titubear. Soren, adiós. Esta vez, de verdad.
Me giré hacia mis padres con una sonrisa tranquila.
—Bebé, ¿quién llamó? —preguntó mamá, con un hilo de preocupación.
Negué y me colgué de su brazo.
—Nada, alguien que ya no importa.