La ciudad parecía dormida bajo un manto húmedo de neblina. Los faroles reflejaban su luz amarillenta sobre el asfalto, y el aire nocturno arrastraba un silencio espeso que sólo era interrumpido por el rumor lejano de un motor o el ladrido aislado de un perro. Logan avanzaba con el corazón latiéndole tan fuerte que podía oír su propio pulso en los oídos. Sus pasos eran lentos, casi indecisos, y aunque sabía exactamente a dónde se dirigía, cada esquina que doblaba lo hacía sentir más cerca de un abismo.
Había intentado resistirse. Había pensado en ignorar las palabras de Nathan, en quedarse en su habitación fingiendo sueño, pero algo dentro de él lo empujaba sin tregua. Era una mezcla de rabia, deseo y un tipo de atracción que le resultaba imposible controlar. Aquella fuerza lo arrastraba hacia donde no debía estar, hacia donde su propio corazón lo traicionaba.
Cuando llegó al edificio de Nathan, el reloj del frente marcaba las 12:37 a.m..
Todo estaba en calma. Solo el murmullo lejano d