68. DARTE DE TU PROPIA MEDICINA

GREYSON

—¿En serio le metes así la lengua en la boca a cualquiera… por instinto? —le susurré en el oído, disfrutando de su piel sonrojada.

—Estoy poniéndome muy celoso, bebé…

—Ábreme la maldita puerta, Greyson, y deja de follarme el oído a cada segundo —rumió enojada y ronca.

Sonreí con sus ocurrencias, mientras ella misma jalaba la puerta de golpe y me ponía el culo en la cara para subirse al Jeep.

Diosa mía, esta mujer me daba años de vida.

Complacido por fastidiarla, di la vuelta y me subí en el lado del conductor.

Me puse mis Ray-Ban y perseguí la ruta que marcaba el capataz, directo a las fronteras de su manada, de donde eran casi todos los trabajadores contratados.

En su mente me aseguré de decirle claramente que necesitaba estar a solas con la señorita Reed.

Ella no habló nada en el camino, solo miraba por la ventana y yo me ocupaba del volante, desesperado por acariciarle el muslo, pero no quería jugar con mi suerte.

Sin embargo, no perdía la esperanza de hoy suplicar
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