44. ESE HOMBRE NO AMA A NADIE
NARRADORA
Entrando en pánico y con el peligro acercándose, Ava corrió intentando no hacer ruido con las zapatillas.
Los ojos de Emma la miraban gritándole en silencio, el llanto se escapaba de su mordaza húmeda por las lágrimas y la saliva.
Sabía muy bien lo que venía a continuación.
Ava se escondió entre los estantes de cajas y utensilios, llegando a la pared que buscaba desde el primer momento.
“¿Dónde estás, dónde estás? ¡Ay Diosa!”, sudaba a raudales; ya la puerta del sótano se estaba abriendo y los pasos descenderían por las escaleras.
Su uña se metió en el pequeño saliente y tiró de la tabla que hacía de puertecilla, rezando porque no crujiera.
Con tan buena suerte que, en sus movimientos bruscos, Emma hizo estremecer un estante y algunas herramientas cayeron haciendo ruidos estridentes.
—¡Ya veo que mi putita está bien enérgica hoy! ¡Así me gusta, nena, dispuesta a servir como una buena aspirante a Luna, complaciendo primero a los guerreros de tu manada!
Ava escuchó esas