LÍA
Mis ojos se perdieron en los suyos. Él hablaba de “pausas” y “caricias sutiles” como si estuviera dando un seminario de Harvard sobre cómo arruinar la resistencia emocional de una mujer. Me tenía hipnotizada, y lo peor era que lo sabía.
Dalton se inclinó un poco más. Podía sentir el calor de su aliento, la gravedad del momento empujándome a cerrar los ojos y avanzar esos escasos centímetros que nos separaban. Me sentía como un satélite cayendo directo a un sol demasiado tentador. Sus dedos estaban peligrosamente cerca de mi mentón.
— ¿Estás segura de que estás lista para la siguiente lección? — Murmuró, tan bajo, tan malditamente grave, que sentí que mi estómago se disolvía en deseo líquido.
— N-no lo sé —. Susurré, con la voz entrecortada—. Tal vez necesito. . . Que me lo repitas.
Él sonrió con arrogancia. El tipo de sonrisa que dice “te tengo justo donde quería”, y lo odié por gustarme tanto. Se inclinó aún más hacia mí. El calor de sus labios apenas rosaba los míos y yo lo únic