—¡No, no! ¿Qué estás haciendo con Copito? —Serena no parecía la tímida muchacha de antes; al contrario, se mostraba enfadada.
Daniel dejó al gato en el suelo y se cruzó de brazos, pasando la punta de la lengua por sus labios y levantando ambas cejas.
—¿Copito? ¿Qué carajos es eso? —no entendía qué hacía ese animal en su casa, pero al parecer Serena lo conocía bien—. Nena, esa no es manera de saludar.
El gato agitó la cola con fuerza y maulló de nuevo, saltando junto a Serena y ronroneando cuando ella lo tomó entre brazos. Serena suspiró aliviada y lo abrazó con cuidado.
—Copito, no vuelvas a hacer eso y sé un chico obediente —susurró, acariciando al animal de arriba abajo, con la cabeza ligeramente inclinada.
“¿Le estaba hablando a un bicho? ¿En serio?” —se preguntó Daniel—.
—¿Esa bola de pelos es tuya?
Serena se paralizó, dándose cuenta de que Daniel estaba frente a ella. Su rostro se enrojeció por completo. Sin decir palabra, negó con la cabeza mientras sujetaba al gato.
Los ojos de