Escucharlo decir el nombre de su madre, solo consiguió que todo fuera más tangible, más
cierto y volvió a llenarla de rabia. Lo jaló por el brazo llevándolo hasta la salida de su casa para que se fuera. Santiago se resistió, consiguiendo abrazarla. Con agilidad, la acunó contra su pecho y contra todo pronóstico, ella lo permitió porque no sabía cómo procesar lo que le estaba ocurriendo. Simplemente, hundió la cara en su cuello mientras lloraba desesperada.
El dolor de Christina era profuso, inmensurable. No se diluía.
-Perdóname... -susurró Santiago a su oído, repetidas veces.
-No puedo -contestó alzando el rostro, encontrándolo con los ojos llorosos y el labio tembloroso -Te juro que no puedo, vete por favor... no me hagas más daño -rogó entre
lágrimas.
Santiago la soltó atendiendo a su pedimento. Se marchó llorando, odió su suerte, pensó en que era injusto todo lo que le estaba ocurriendo, al fin, había conseguido a la mujer de sus sueños y resultó que era hija de ese ser al que ni