101. Oscuridad heredada
La mano helada de Isabella se posó sobre la suya. Notó su rostro angustiado, pero no respondió al gesto. No podía. Tampoco se apartó, pero si se aferraba a ella, si permitía que el calor de su piel lo anclara en ese momento, la máscara se resquebrajaría y no sabría cómo afrontar que el mundo que creía conocer se desmoronara pieza por pieza.
Nathan mantuvo la mirada fija en la firma de su padre en uno de los documentos. Las pruebas eran irrefutables: el sanguinario e implacable Walter, moldeado a su antojo por James, era su hermano.
El aire en el reservado se espesaba con cada segundo. Sentía la presencia de Isabella junto a él, su cuerpo atrapado en una quietud forzada.
No lo presionaría, pero su sola presencia bastaba para recordarle que ella también asimilaba la verdad. La observó por el rabillo del ojo y su perfil sereno ocultaba la tormenta que él sabía se agitaba bajo la superficie.
Alzó la mirada hacia el hombre que les había arrojado esa verdad a los pies. Los observaba con la