Marius
Jane había estado aquí. Podía olerla, podía sentir cada centímetro de mi cuerpo siendo atraído hacia ella.
Gaius gruñía sin parar en mi mente, mientras mi corazón parecía a punto de estallar por la ansiedad y la preocupación. Si algo le hubiera pasado, si alguien la hubiera lastimado… yo mataría a quien fuera.
Golpeé el portón otra vez. Sabía que había una protección mágica allí, sabía que otros lobos jamás encontrarían ese lugar, que era invisible para los demás.
Pero yo era un lobo negro, y para mí no era invisible.
— ¡Jane! — grité de nuevo.
Escúchame, Jane. Sabe que estoy aquí. Que no te abandoné. Gaius susurraba dentro de mi cabeza.
De repente, las puertas se abrieron y revelaron una larga fila de machos altos y armados. Había al menos setenta de ellos.
Todos me observaban con hostilidad, muchos pares de ojos rojos y peligrosos, pero los únicos ojos que yo buscaba eran los de Jane.
Avancé, entrando en el territorio de la manada, y lo primero que noté fue la enorme mansión