Capítulo final – Donde el amor se queda
El campo estaba vestido de fiesta. El sol se colaba entre las ramas de los árboles altos, la brisa suave traía aroma a pasto fresco y tortas caseras, y en el aire se respiraba esa alegría genuina que solo da la familia reunida. Globos celestes y blancos decoraban el jardín, mientras una pancarta tejida a mano colgaba entre dos troncos: “¡Bienvenido, Martín!”
Eleonor, radiante y embarazadísima, caminaba con cuidado entre las mesas. Sergio no le sacaba los ojos de encima.
—¡Estoy embarazada, no de cristal! —le dijo ella, entre risas.
—Sí, pero sos mi cristal precioso —respondió él, exageradamente cursi.
—¡Ay, Sergio! —Paula rodó los ojos desde la mesa—. Estás peor que cuando se conocieron.
—Peor no. ¡Estoy más enamorado! —replicó él, besándole la mejilla a Eleonor—. Aunque entre nosotros, amor… no te ofendas, ¿eh?
—¿Qué? —preguntó Eleonor, frunciendo el ceño.
—Ese vestido te hace parecer un huevo Kinder. Solo que sin sorpresa adentro, porque ya sa