La noche envolvía la ciudad con un manto de luces difusas que titilaban a través del ventanal del estudio de Pamela. Había pasado más de un mes desde la separación, y aunque su cuerpo continuaba en movimiento —dirigiendo ensayos, atendiendo la escuela, diseñando nuevas coreografías—, su alma parecía haberse quedado detenida en aquel beso no dado, en esa última discusión con Cristhian.
Étoile había abierto sus puertas con éxito, pero no sin heridas. La amenaza anónima que había llegado junto al ramo de lirios blancos aún descansaba dentro de su escritorio, como una espina clavada. El otro ramo, el de Cristhian, lo había llevado hasta su habitación. No podía deshacerse de él. A veces, en las madrugadas, se quedaba observándolo, como si en sus pétalos pudiera descifrar lo que su corazón aún no comprendía.
—Luz… —musitó para sí con una sonrisa leve, mientras repasaba la lista de alumnas inscritas en la nueva temporada—. ¿Cómo puedes seguir brillando entre tanta sombra?
En ese instant