Milena quedó aturdida por el regaño.
Permaneció sentada, inmóvil durante mucho tiempo, mientras sus ojos se empañaban lentamente y sus hombros temblaban.
Lucía se mantuvo firme.
—Lucía...
—¡No me llames! ¡No me expliques nada!
La jugada de Milena estaba completamente fuera de lugar. Había perdido la cabeza por un pretendiente.
Si ambos contribuyeran por igual, Lucía no tendría ningún problema, le parecería bien. Pero Milena era la única que estaba gastando dinero.
—Él tiene hipoteca y préstamo del coche, ¿y eso qué tiene que ver contigo, Milena? ¿Sin ti no tendría que pagarlos? ¿Crees que los compró por ti? Los compró porque iba a casarse, necesitaba traer a una esposa, ¡no tuvo más remedio! ¡Y la persona que viva ahí podría ser cualquiera!
Lucía estaba tan furiosa que le zumbaba la cabeza.
Ana puso su mano en la espalda de Lucía, frotándola suavemente para calmarla.
—Lucía, no conoces a Luis. Si lo conocieras, seguro que te caería bien...
Milena seguía defendiendo al tal Luis en cada