Se Fue Con Otra, Ahora Soy Su Madre
Se Fue Con Otra, Ahora Soy Su Madre
Por: Luna Roja
Capítulo 1
La víspera de nuestra boda, mi prometido, el heredero del Sindicato, me dijo que le cediera mi título a otra mujer y me convirtiera en su amante. Así que dejé mi vestido de novia en el suelo y decidí casarme con el Don. Si no podía ser su esposa, me convertiría en su madre.

—Señorita, el señor Leonardo está aquí —anunció nuestra empleada, María, al abrir la puerta, con la voz temblorosa de emoción. Una visita del heredero en persona era todo un honor.

Antes de que pudiera voltear, Leonardo Garza entró con paso decidido y su mirada se posó en mí con la calidez de siempre.

—Elena, deja que la diseñadora se encargue de los arreglos. ¿Para qué lo haces tú? Te vas a lastimar los dedos.

Estaba de pie frente al espejo de cuerpo completo, usando un vestido de novia blanco, hecho a la medida. Se suponía que no debía estar aquí.

Hacía dos semanas, Carolina Sifuentes había presumido su fiesta de cumpleaños por todo Instagram. Sería en el yate privado de su familia y casi toda la alta sociedad de España estaba invitada. Leonardo le había prometido que iría. ¿Entonces qué hacía aquí?

Encontré su mirada en el espejo. Apartó la vista y carraspeó.

—Necesito hablar contigo de algo.

Dudó un momento y finalmente volvió a mirarme.

—Carolina no quiere ser la amante. Ya lo pensé bien… y tengo que darle el título de esposa a ella.

Mis manos, que ajustaban el delicado encaje de la falda, se quedaron inmóviles.

—Elena, es solo una formalidad. Un título, nada más. Necesito que se lo cedas a Carolina, ¿sí? Por favor. Ella no entiende las reglas de la familia y está terca con que me case con ella. Solo es para calmarla por ahora. Después de la boda, tú seguirás manejando los asuntos de la familia. Todos aquí saben que tú eres la única a la que considero mi verdadera esposa.

El último rayo de esperanza al que me aferraba se hizo pedazos. Me giré para verlo de frente.

—¿Entonces quieres que sea tu amante?

Leonardo arrugó la frente, molesto.

—Elena, a ti te criaron para ser una matriarca. Sabes que estos títulos son pura apariencia. No te pongas de sentida como las demás.

Continuó, en un tono conciliador:

—Siempre has sido muy comprensiva. No empieces con berrinches como Carolina. ¿Sabes? Lo que más admiro de ti es tu clase, tu elegancia, que nunca exiges nada. Hoy es el cumpleaños de Carolina. Prometerle que será la futura matriarca es el mejor regalo que puedo darle.

Apreté un cristal decorativo del vestido y sentí cómo su borde afilado se me clavaba en la yema del dedo. Una gota de sangre brotó y cayó, manchando la tela inmaculada como una rosa solitaria y perfecta.

—¡Señorita, está sangrando! —gritó María.

Me quedé viendo la mancha carmesí sobre mi pecho, pero Leonardo ya se estaba yendo, con pasos ligeros, como si acabara de hablar del clima.

María corrió con un botiquín.

—Señorita, su mano… y el vestido…

La aparté con un gesto y me quedé sola frente al espejo. El vestido blanco puro ahora estaba arruinado por una gota de sangre, una grotesca obra de arte.

El ardor del dolor me trajo una claridad implacable.

Comencé a desatar los cordones de la espalda del vestido. La seda se acumuló a mis pies cuando salí de él y caminé con decisión hacia mi clóset.

—María, prepara mi traje sastre más formal. Voy a ver a la señora Isabel.

María se quedó paralizada.

—¿Ahora? Pero todavía le sangra la mano…

—Sí.

Me puse un vendaje simple sobre la herida. Mi mirada era firme.

—Ahora.

Treinta minutos después, estaba tocando su timbre.

—¿Señorita Elena?

La asistente personal de Isabel respondió sorprendida.

—La señora no la esperaba.

—Fue una decisión de último momento. ¿Está disponible la señora Isabel?

—Está en el salón. Por favor, sígame.

Isabel Montenegro estaba sentada en un sofá antiguo de estilo francés, rodeada por un círculo de damas de la alta sociedad. Disfrutaban el café de la tarde con pastelillos, platicando sobre la última semana de la moda de alta costura.

Cuando me vio, dejó su taza de porcelana en la mesa.

—Elena, qué sorpresa. Leonardo me comentó que hoy tenías tu última prueba del vestido.

Mi madre, Catalina Reyes, que me había acompañado, observó cómo caminaba hasta quedar frente a Isabel y me dejaba caer de rodillas. Mi madre gritó.

Los ojos de Isabel se abrieron de par en par y se levantó de inmediato.

—Elena, ¿qué significa esto?

La miré a los ojos, con la voz tranquila pero decidida.

—Señora, Leonardo quiere romper nuestro compromiso. Se enamoró de Carolina y piensa hacerla su esposa.
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