La suerte no está girando a su favor, Violetta lo descubre dos días después, cuando vuelve a casa y encuentra a su padre conversando con Dante en el vestíbulo.
—Marcus —saluda rígida y medio preocupada por las extrañas circunstancias.
Es de esperarse que solo uno de los dos hombres voltee a verla, porque el otro se tensa y le da la espalda.
—Cariño, qué alegría verte.
Violetta tuerce los labios.
—¿Tendremos visita para la cena otra vez?
—Oh, no. Dante está de paso. —Su padre despide la idea con un resoplido y Violetta trata de no sentirse decepcionada, mucho menos triste por un hombre que no lo merece—. Yo tampoco tengo apetito.
—Perfecto, iré a preparar algo para mí.
—Violetta, hay personal para esas tareas —asevera Marcus como si estuviese programado para responder lo mismo a menudo.
—Puedo atenderme solita. —Y con eso se mete en la cocina.
De allí no sale en un buen rato. Conversa con Anita, se prepara unas botanas y ayuda a Anita a dejar la cocina impecable. Luego decide regre