8 Delirio febril

Adriano se puso de pie cuidando de no volver a pisar el largo borde del vestido de la novia, y Angelina lo vio desaparecer por la puerta sin hacer ruido.

Inspiró hondo llenándose los pulmones y tratando de tranquilizar un poco su estado de nervios. Las manos le temblaban y una gota de sudor frío recorrió su espalda.

— ¡Cálmate Angelina! ¡Cálmate! Has salido victoriosa hoy, pero debes controlar tu estado de nervios o será tu ruina — se dijo para darse ánimo.

No podía creer como había puesto los ojos en él antes, como se dejó llevar por su mirada, su temple y su angulado rostro.

— Debo mantenerme firme, puede que sea su esposa, pero eso no significa que me tendrá en su cama, ni tampoco que yo deba tenerlo en mi corazón.

La última frase era casi una broma, y ella lo sabía, sabía que había sido d&ea

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