Capítulo XXXVI

Me estremezco.

Ya el gran día llegó.

Cierro los ojos mientras Vukmir me ata el corsé con tanta fiereza que creo que mis pulmones ya son suyos. Jadeo.

¡Auxilio!

Trago saliva a mi reflejo. En mi muslo está atada una pequeña navaja y en el otro, ocho frascos minúsculos del brebaje. Cada uno representa la mitad de uno grande, así que son raciones adecuadas para mantener mi aroma aceptable. Un poco atractiva. No creo que me requisen y según la afirmación del castaño que me asfixia, eso no será probable.

Cuadro los hombros, nostálgica. Tal vez en ese lugar halle respuestas o incluso a mamá y a mi mellizo. Son varias probabilidades, la mayoría nulas, algunas acertadas. Respiro hondo. Siempre pensaré que la humanidad se mereció este golpe por tanto daño que causó en antaño.

Vukmir entrelaza su mirada min

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