Capítulo XXXV

—¿Cómo te sientes?

—Como si estuviese en una sesión con un psicólogo.

Ríe.

—Me hubiese gustado ser uno. —Se cruza de piernas. No se cansa de beber ese amargo té como si fuera un aperitivo de cinco estrellas—. Solo recuerda que seré tu consejero en este poco tiempo que queda.

Descruzo los brazos. Vuelvo a rascarme debajo del tenso cuero.

—Me siento extraña. Nunca pensé que cambiaría mi identidad con kilos de maquillaje, ojos de mentira y pelo postizo, para llegar a un gran fin: poder desentrañar los planes del enemigo a través de una esclava demasiado sumisa para mi gusto. Ah, que, por cierto, no dejará que su camarada hinque sus dientes en su cuello.

—Oh. Obvio no hará eso por respeto. Pero dado el caso, si es de prioridad, puede que esa acción sea cumplida.

Esas palabras que han salido de

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