Todo estaba iluminado por el poder de Ignarion. Sus alas ardían como brasas divinas, y cada rugido era un trueno que estremecía el campo. Me movía con una agilidad que ni yo misma comprendía, como si mis pies supieran el camino antes que mi mente. La daga de luz brillaba en mi mano, cortando sombras y destellos oscuros.
Kasir luchaba a mi lado con la elegancia letal de un elfo entrenado durante siglos; Rose, implacable, invocaba su poder lunar que iluminaba los rincones más oscuros del campo. El choque era brutal. Vi a un Drael avanzar hacia mí, sus manos alzadas, liberando un torbellino de energía oscura.
Mi instinto fue levantar la mano y, sin pensarlo, de mi palma brotó un resplandor de estrellas que lo cegó. El instante fue suficiente: avancé y le corté el cuello.
El amanecer comenzó a teñir el cielo, debilitando a los Noctis, que se retiraron entre gruñidos y chillidos. Los Drael, viendo su retirada, se replegaron también. El silencio cayó, roto solo por los gemidos de heridos