El amanecer en Elarion trajo consigo un aire fresco, cargado del aroma de los pinos y flores del bosque. La luz del sol atravesaba las hojas, tiñéndolo todo de tonos dorados y verdes. Nunca me cansare de ver un amanecer tan bello como el que he visto aqui, decidida a seguir creciendo, camino hasta el campo de entrenamiento élfico.
Allí, Kasir me espera con los brazos cruzados, su porte solemne y sus ojos violetas brillando con expectación.
—Hoy quiero ver de lo que eres capaz, Rubi —dijo, entregándome una espada ligera y elegante. La miro y la siento en mis dedos.
El entrenamiento fue intenso. Espadas chocaban con un tintineo metálico que resonaba en el claro. Kasir me empujaba al límite, obligándome a perfeccionar cada movimiento. Aprendi a medir la distancia, a anticipar los ataques, a usar mi velocidad como ventaja. Después, pasamos al arco y flecha: los elfos eran maestros incomparables, y bajo la mirada de Kasir, alcance blancos imposibles.
A la verdad no podia creer que fue