Temblorosa abrió la puerta de su habitación. —Según recuerdo, dormimos en camas separadas – respondió, sin que se le ocurriera algo mejor que decir.
—¡Fui un imbécil en aceptarlo! ¿Cómo te atreves a abandonar nuestra habitación? – siseó apretando los dientes, siguiéndola y cerrando la puerta de un golpe que estremeció los cimientos de la casa.
—Yo no... – parpadeó Allegra.
—¡Te aprovechaste de mis sentimientos de culpa!.
— Tú no eres responsable y yo no te culpo.
Dante se dejó caer sobre el sofá, se pasó la mano por el cabello, Allegra lo dudo pero se acercó a él y se acuclilló delante de él.
— Es mi culpa, tu no recordabas y yo sabia que tomabas esa medicina, la primera vez no lo pensé y cuando me di cuenta me dio igual. Supuse que aunque recobraras la memoria si estabas embarazada no me abandonarias. Algo mezquino de mi parte. — Dante sonrió con amargura.— En la villa de Cesare me dijiste que tú harías que yo me arrepintiera del engaño y las decisiones que tomé mientras tú no pensa