Capítulo 8. Funeral
Maximiliano, en ese instante, sintió cómo el mundo se le venía encima. No podía —ni quería— aceptar aquella terrible posibilidad: que de la noche a la mañana había perdido a su mujer, y todo por su culpa, por no estar pendiente de ella.
Se obligó a sí mismo a ser fuerte. Tenía que enfrentar lo que fuera y comprobar con sus propios ojos si esa mujer que decían haber encontrado era realmente su esposa. Hasta no verla, no creería nada.
Con el corazón en un puño, se levantó como pudo y acompañó al agente al lugar donde tenían el cuerpo. A cada paso, su mente se negaba a aceptar la realidad y, en silencio, rogaba que no fuera Luciana. No sabía qué haría sin ella de ahora en adelante.
Cuando llegaron y comenzaron a abrir la bolsa mortuoria, su corazón dio un vuelco. El rostro de la mujer estaba hinchado, irreconocible.
De inmediato, Max negó con la cabeza. Pues no podía ser ella. No lo aceptaba. Solo la ropa coincidía con la que Luciana llevaba ese día, pero… eso podía ser una simple coinci