Después de ese mal sabor, al conocer a la familia de su futuro esposo, llegó Axel junto a su novia, y de inmediato todos centraron su atención en él.
Axel la miró con ternura y le dedicó una pequeña sonrisa, esa que usaba cuando compartían travesuras de niños. Sabía que su hermana había aceptado aquel matrimonio, pero también estaba seguro de que haría algo para arruinar la ocasión... y no se había equivocado.
Su padre se disculpó con los presentes por el atuendo de su hija e intentó mandarla a cambiar, pero Maximiliano lo interrumpió, diciendo que eso no tenía importancia, que no había razón para que su futura esposa cambiara su forma de vestir o de maquillarse.
Luciana intentó explicar que nunca solía vestir así ni mucho menos maquillarse de ese modo, pero fue interrumpida por el mayordomo, quien anunció que la cena estaba servida y los invitó a pasar a la mesa.Ella jamás se había sentido tan arrepentida por una decisión como esta, y en silencio se prometió que haría todo lo que estuviera en sus manos para convertirse en la esposa perfecta para su futuro esposo.
Después de haber organizado todo lo relacionado con el matrimonio, se decidió que la boda se llevaría a cabo en quince días y no en un mes, como Maximiliano había dicho inicialmente. Ya que aprovecharían que Luciana estaba de vacaciones en la universidad, y así podrían casarse e irse de luna de miel sin contratiempos.
Ninguno de los novios protestó por la nueva fecha. Maximiliano, porque deseaba cumplir el sueño de su padre y casarse con Luciana; y Luciana, porque estaba más que encantada de convertirse en su esposa. Debido a que desde los diecisiete años había sabido que el único hombre con el que se casaría sería aquel que un día le salvó la vida… aunque parecía que él no la recordaba.
Pero ella estaba ahí para hacerle recordar que ya se habían conocido antes… y, por supuesto, para que Max se enamorara de ella también, así como ella ya lo estaba de él.
Desde aquel día en que ambas familias se reunieron para concretar el compromiso, Luciana no había vuelto a ver a su prometido. Cada vez que lo llamaba con la excusa de hablar sobre los preparativos de la boda, Max siempre le respondía que estaba muy ocupado y no podía verla.
Fue hasta el día de su boda que volvieron a encontrarse. Él aún no había visto su verdadera belleza, y si se contaban las veces que se habían cruzado, apenas sumaban tres… aunque, para Max, realmente solo contaban dos, porque la primera no la recordaba y la segunda fue el día del compromiso, y en ese momento ella parecía un desastre humano.
Como Maximiliano no había visto a su prometida desde aquel día, no tenía idea de cómo lucía realmente. Por eso, al verla caminar hacia el altar, en dirección a donde él la esperaba, se quedó completamente sorprendido, aquella mujer no se parecía en nada a la chica que conoció días atrás.
Luciana parecía transformada.
Llevaba el cabello perfectamente recogido en un moño, con una tiara de diamantes. Su vestido de novia, era, de color blanco marfil, tipo sirena, con cuello en V y un lazo de tren desmontable, era sencillo, pero en ella lucía absolutamente deslumbrante.
Era tal su desconcierto al ver a su novia, que cuando su suegro se la entregó, Maximiliano se quedó inmóvil, como una estatua, sin pronunciar una sola palabra. De no ser por Matías, que estaba cerca y le dio un pequeño toque en el brazo, habría seguido absorto en sus pensamientos, cautivado por aquella belleza.
Tenía la vaga intuición de haberla visto antes… pero ¿dónde?, se preguntaba.
Sin embargo, no era el momento para detenerse a pensar en eso.
Desde que Luciana se casó, se fue a vivir a la mansión de los Oliveros y se convirtió, poco a poco, en una especie de sirvienta para aquella familia.
Los primeros meses fueron tranquilos, ya que los abuelos de su esposo seguían en el país y siempre la trataron con cariño.
Luciana desde que conoció a su suegra, supo con certeza que no le agradaba, aunque intentaba sobrellevarlo.
Y sus cuñados nunca la vieron como parte de la familia. Al contrario, Luciana sentía que le guardaban un rencor inexplicable, como si les hubiese arrebatado algo muy valioso... y no sabía por qué esos dos la trataban de ese modo.
Pero a pesar de la hostilidad con la que la trataban sus dos cuñados y su suegra, había una persona que sí le agradaba y esa era la dulce Olivia.
Pues ella siempre se mostraba amable, hablaba con Luciana y le contaba anécdotas sobre su esposo.
Ya que desde que se casaron, Luciana veía muy poco a su marido, y así era imposible saber qué le gustaba o qué no, mucho menos cómo conquistarlo.
Él siempre estaba de viaje, y cuando estaba en casa, salía muy temprano y regresaba cuando ella ya se había acostado.
Aunque, en realidad, Luciana era la última en dormir en aquella mansión. Pues según su suegra, una verdadera esposa debía encargarse de todo en la casa, junto a las sirvientas.
Pero lo que Luciana no sabía era que toda aquella información que Olivia le daba sobre Maximiliano eran precisamente las cosas que a él no le gustaban.
Por eso, cada vez que ella intentaba sorprenderlo siguiendo los consejos de su cuñada, él terminaba enojado y salía de la habitación furioso para dormir en otra habitación.
Todavía no comprendía por qué a Max no le gustaba ninguna de las sorpresas que con tanto esfuerzo le preparaba. Cada intento, en lugar de acercarlos, solo servía para alejarlo más y más. Sin saberlo, había pasado meses creyéndole a esa maldita mujer.
Fue solo cuando los abuelos de su esposo se preparaban para marcharse que doña Beatriz, con cariño, comenzó a revelarle todo lo que a su nieto realmente le gustaba y lo que no soportaba, para que pudiera conquistarlo de verdad.
Ahí fue cuando lo entendió todo. Pues todo lo que aquella arpía le había dicho era justo lo contrario a la verdad. Y ella, como una completa estúpida, la había considerado su aliada en esa casa donde todos la trataban con desprecio.
Después de que don Francisco y doña Beatriz se marcharon, comenzó su verdadero calvario. Pues desde que se levantaba hasta que se acostaba, no hacía otra cosa que estar pendiente de las actividades de la casa. Entre eso y la universidad, junto a sus quehaceres diarios, no le quedaba tiempo ni fuerzas para esperar despierta a su marido y poder hablar con él.
Estaba al borde de dejar la universidad para dedicarse por completo a su esposo y a las labores del hogar, tal como se lo había sugerido su suegra. Ya había tomado la decisión y pensaba comunicársela en cualquier momento.
Pero, por cosas del destino, escuchó una conversación entre Olivia y su suegra. Las cuales mencionaban su nombre y decían que estaban a punto de lograr su objetivo, pues no faltaba mucho para que dejara sus estudios. Y una vez que abandonara la universidad, lo demás sería pan comido.
Porque conocía muy bien a su hijo y sabía que él no estaría con una mujer que solo se quedara en casa sin hacer nada, o peor aún, mal gastando su dinero.
Luego escuchó a su suegra decir: —A propósito, ¿ya hiciste las compras con la tarjeta que mi hijo le dio?
—No te preocupes, madre —respondió Olivia con tono burlón—, cuando Max vea todo lo que gasta su esposa en un mes, seguro se va a enojar muchísimo con ella.
Luciana, que estaba afuera de la puerta, escuchó cada palabra. En ese instante no sabía si entrar y enfrentarlas o simplemente marcharse y dejarlas seguir planeando en su contra.
Pero de algo sí estaba segura, tenía que desactivar esa tarjeta cuanto antes. Lo curioso era que ni siquiera sabía que Max le había dado una tarjeta. Ya que desde que se casó, todas sus compras las había hecho con sus propias tarjetas.Decidida, se fue de allí y llamó a su esposo para pedirle que cancelara la tarjeta que le había dado, alegando que la había perdido. Como él no le contestó, le dejó un mensaje de voz.